miércoles, 11 de julio de 2012

De peces y angelitos (por Vanina)

Estoy en el playroom de mi casa sentada en la silla con apoyabrazos que tanto me gusta. Atrás está mamá haciendo algo, no sé bien qué. Como siempre, mis peces, al lado mío, en la pecera que elegí en el acuario Galápagos, ese que quedaba sobre la calle Cabildo.

Mientras mamá me reta porque me hamaco en la silla, veo que mis peces naranjas, están empezando a saltar de la pecera.

"¿Qué les pasa? ¿Por qué hacen eso?" Mueven sus colas con desesperación mientras sus pequeños cuerpos contrastan con el azul furioso de la alfombra. Yo estoy tan asustada como inmóvil al ver cómo mamá los levanta frenéticamente y los tira de nuevo al agua.

Pero caen al fondo. Directo. Parecen sin vida. Me resisto a creer que están muertos aunque todo me indique lo contrario.

Voy corriendo a mi cuarto a rezarle a mi angelito. Es de cerámica, con su túnica celeste, sus alas blancas y su pelo negro, como el mío, por eso mamá decía que era mío, mi angelito de la guarda. Y lo tengo colgado al lado de mi almohada. A él le rezo con todas mis fuerzas para que mis peces estén bien. Arrodillada frente a la cama con mis dos manos apoyadas palma con palma, no paro de rezar. No paro. No paro. No paro.

-No se pueden morir mis peces, angelito, que no se mueran por favor.

Mamá se me acerca, la siento desde atrás. Me angustia saber lo que tiene para decirme. Con una mano en mi hombro y mi corazón latiendo cada vez más rápido la escucho con su voz llena de asombro:

-¡Viven Vani, viven!

...

-¿Viste mamá? Yo sabía que iban a vivir.


Vanina

No hay comentarios:

Publicar un comentario