lunes, 29 de octubre de 2012

Sobre la muerte (por Elizabeth)

Pero la muerte, durante un rato fulgurante, queda reducida a nada…" Dice Simone de Beauvoir al escribir respecto de otro tema, respecto de la fiesta. De su carácter evasivo, de su potencial para hacernos olvidar la finitud, para depositarnos en un presente eternamente gozoso, para darle la espalda a nuestro ineludible carácter de mortales. Quién pudiera. ¿Quién aleja, de una vez por todas, a la pérdida?
Yo hoy quisiera alejarla, no me gusta pensar en ella, ni pronunciar su nombre.
Puedo resultar tan sabia al hablar de la de otros, ¡y verla tanto como un pasaje! Puedo ignorarla, como me pasó con mis abuelos, cuya partida no recuerdo. Puedo desearla incluso, como la esperé para mis abuelas (porque sufrían, porque nos hacían sufrir a nosotros; en ambos casos sin que eso me genere la más mínima culpa, porque sabía que así debía ser).
Puedo admirarla, puedo reconocer su sabiduría para finalizar los ciclos. Puedo evocarla llenando de gloria, engalanando, idolatrando seres que se van antes de tiempo. Puedo reconocer su habilidad para crear mitos.
Puedo sentirla, predecirla, observarla o imaginármela frente a los moribundos, al lado de sus camas. Adivinar su negativa o asentimiento frente a los pedidos en las oraciones suplicantes de familiares y amigos de aquellos. Puedo acompañar en los consecuentes velatorios, tristezas y ceremonias. Puedo ayudar a encontrarle sentido.
Puedo respetarla y protegerme de ella.
Pero le temo. Me aterroriza la idea de que algún día se lleve a alguien de mi familia más cercana. A alguien que viva conmigo. Eso no. No se lo permito, trato de no pensarlo, no sé cómo me animé a escribirlo. Le hago promesas mentales, planteos, espero que me prepare… “Que sea de muy viejitos” (siempre pido lo mismo, siempre que la idea me llega a la cabeza). Pido que lleguemos a esperarla, a reconocer cuando ya sea su tiempo.
Respecto de mí misma sé que accederá, pero, aunque suene infantil, me destruye la duda respecto del resto de mis seres queridos. Ése, para mí, sería el terror mismo.
Existía en la familia de mi padre el mito que decía que si un pájaro entraba a la casa era signo y anticipo de fatalidad. Tal vez su aviso fuera malinterpretado, pero yo nunca pude salirme de esa idea: cada vez que un pichoncito se mete, me tiembla todo el cuerpo.
Elizabeth.

domingo, 28 de octubre de 2012

No (por Silvina)

Serás una niña prodigia, aunque nunca termines de entender bien qué significa eso. 

Aprenderás a leer a los 3, con los carteles de la calle que tus tías te ayudarán a decodificar. Luego, los números romanos en la torre de los ingleses, excusa para que a tu tía, abandonada en un auto por tu tío, se le pase rápido el tiempo y no lo mate cuando llegue.


Tu mamá te usará cuando esté cansada y no encuentre una película para alquilar subtitulada. Ella estará tirada en el sillón despatarrada y vos pegada a la tele leyendo las mínimas letras de porquería que se te irán tan rápido que te costará seguirlas.

Pasarás parte de la primaria siendo la Lisa Simpsons de la clase, ayudando a todos los más burros porque terminarás la tarea casi al mismo tiempo en que tu maestra termine de copiarla en el pizarrón. 

Sobrevivirás a la vergüenza de que alguno de esos tontos se te haga el noviecito en los recreos y te mande cartitas de amor (obvio, mal escritas) a través de tus mejores amigas, que las leerán en voz alta matándose de la risa. 

Ya en la secundaria, los tontos se habrán avivado, y te costará más que te sigan, pero te las arreglarás para seguir manejando la batuta. 

Sin haberte llevado jamás una materia, llegarás a la facultad y pasarás el CBC sin problemas. (Bueno, si cambiar de carrera a mitad de año y bancarte la cara de tus papás no fuese un problema…). Pasarás las primeras materias, las fáciles y las difíciles, con éxito. 

Por primera vez, luego de encerrarte en tu casa un verano entero, irás al final de Historia, esa maldita materia que elegiste cursar aquel cuatrimestre, sola. 

Te tomarán primera, con la alegría de irte temprano a tu casa. Y finalmente, por no poder responder la tontería más grande del mundo, te ligarás un patito en la frente. Te irás como si te hubiesen dado una patada en el estómago.

Sí, a vos, la reina del “todo lo puedo”, te dirá que NO una profesora (que de tan mal pintada tendrá más maquillaje en los dientes que en los labios)... y te pondrá en jaque toda la carrera. Entonces no te quedará otra que que volver a empezar, con la cabeza gacha. 


Silvina

¡Sí, Quiero! (por Silvina)

La noche está oscura y hace mucho frío. Pero hay tantas estrellas que nos iluminan a los dos. Te veo. Nunca me había dado cuenta de lo claros que son tus ojos.

Me da mucho miedo mirar a los ojos a los hombres, siempre me pasó. Pero me animo. ¡Esta vez sí que vale la pena!

De repente, siento tus brazos sobre mis hombros. Un abrazo calentito para salir del frío, entrando rápidamente en calor. Manos grandes que me aprietan y el deseo de que no me suelten nunca.

Cuánto tuve que caminar para llegar a este abrazo. A este calor. A estas ganas de entregarme a la pasión y olvidarme de todo.

Al costado, el fuego ardiendo. La seguridad de que adentro tuyo y mío también está.

Me quiero entregar, me quiero abrir a esto desconocido. Yo, la reina del despojo, de repente quiero enlazarme con vos para siempre. ¿Para siempre? Sí. En esta noche estrellada, con montañas y el lago a nuestro alrededor, yo acabo de descubrir el más lindo de los sentimientos.

El beso tarda, se hace esperar tanto que casi me animo y lo doy yo. Pero llega. Y la promesa de estar juntos se hace realidad, y se resignifica día a día.

Los miedos desaparecieron en el momento en el que mis ojos se metieron en los tuyos, y ya no quieren salir nunca más.

Al menos hoy, te vuelvo a elegir eternamente.

Silvina

martes, 2 de octubre de 2012

Historia de mi nocturnidad (por Vanina)


Recuerdo ser pequeña y querer refugiarme de la noche. Pocas cosas me asustaban tanto como seguir despierta cuando el resto de la casa ya descansaba profundamente.

Algo más grande la transité lúdicamente, inventando juegos e historias que a ojos cerrados reemplazarían a las ovejas que nunca me dieron resultado.

De adolescente la noche me dio mi primer beso, mis primeros arrumacos y fue testigo de tantos y tantos escritos en mi diario íntimo.

Siendo más grande, ya toda una joven adulta, en una lindísima noche de verano a la orilla del río, me sorprendió la propuesta de formar una familia, momento que marcó el rumbo de mi vida de manera definitiva.

Con poco para decir y una catarata de sensaciones por dentro, esa noche y las que siguieron fueron como las de siempre: silenciosas, introspectivas y en muchas ocasiones, pura tragedia. Pareciera que de madrugada los pensamientos se vuelven más intensos, todo es blanco o negro. No hay un gris para matizar. De repente llega la mañana y todo lo cuestiona, lo relativiza. Será que es más sabia. O quizás más reprimida.

Con la maternidad, la noche se convirtió en gran protagonista de mis días, de mis conversaciones. Me obliga a estar alerta, a responder demandas, a evitar que algún pensamiento intruso me invada cuando las condiciones simplemente están dadas para dormir un rato más.

Cómo cambia la noche con el paso del tiempo.

Cómo cambia su disfrute.

Cómo cambia su soledad y nuestra necesidad de compañía.

Lo que se mantiene intacto es el placer de dejarme invadir por la luz de la luna y sentir la brisa fresca entrando por la ventana en alguna noche de verano. Y si el desvelo me encuentra en esas circunstancias, bienvenido sea. De esas noches, siempre quiero más.



Vanina

lunes, 1 de octubre de 2012


La Sombra (por Valeria)
para Catalina
`Libre´, `inocente´, `divertida´,` independiente´, son palabras que me vienen a la cabeza una y otra vez.
Vinimos al campo, estamos en una estancia en Córdoba invitados por amigos, el día no puede ser más encantador.
Estoy sentada en el pasto con mis piernas haciendo un puente y con los pies en la tierra, más en la tierra que nunca.
Corrés por el campo sin dirección, te veo chiquita, sos chiquita, pero los kilómetros de distancia que nos separan hacen que te vea diminuta.
El sol está intenso, creo que tendría que haberte puesto un sombrero, pero no tengo ganas de ir a buscarlo a la casa porque no está demasiado cerca.  Estoy sola, traje el bolso con mate, galletitas y cámara de fotos, pero no lo abro, prefiero seguir observándote en la quietud de esta tarde, no me quiero perder nada.
Corrés sin rumbo, conectás con la naturaleza, pareciera que hablás con ella, acariciás el pasto, te recostás y levantás las piernas como si estuvieras pedaleando en el aire. Se te acerca un perro, calculo que te lamió la cara, te levantás y lo acariciás. Corrés y salta a tu lado, se divierten. El sol hace que tu pelo se vea dorado. No me buscás, te sentís segura. Juntás ramitas, te seguís alejando.
Una sombra acecha sobre mi cabeza y el escenario cambia repentinamente. Miro al cielo y una gran nube elige posarse sobre mí, el viento se puso frío, el pasto parece gris y los árboles no tienen colores intensos. Te busco y no te veo. Mi mirada se inquieta y focalizo a más no poder, no te veo, seguramente estás detrás de un tronco de un frondoso árbol pero no te veo, e inevitablemente no puedo imaginar cómo sería mi vida sin vos, me angustio de pensarlo, trago saliva áspera que me rompe la garganta, sigo sin verte, tomo la decisión de levantarme e ir a tu encuentro.
Y cuando estoy tomando el envión, un fulminante rayo de sol me encandila y todo vuelve a estar como hacía unos segundos, la gran nube se aleja y te re-descubro, en mi horizonte; la calma se apodera de mí.
Nuestra estadía en el paraíso llega a su fin, subimos al auto, tomamos el camino de tierra que nos lleva a la ruta, bajo a abrir la tranquera mientras el auto avanza con mi familia y cuando voy a cerrarla, en medio de un atardecer de película, veo un cartel en el que no había reparado al llegar al campo, seguramente por la ansiedad del viaje, que dice: ¨Bienvenido a la sombra¨.
Me subo al auto, no emito sonido por unos cuantos minutos, no puedo dejar de pensar qué importante fue haber estado en la sombra, aunque sea unos minutos, para saber y sentir que mi vida está rebosante de luz. 



Valeria